miércoles, 18 de junio de 2014

Los pretenciosos ciclistas mexicanos *

Por Juan Pablo Proal
* Publicada originalmente el 5 de octubre de 2012 en la página juanpabloproal.com, columna publicada en éste blog  con permiso de su autor

Los ciclistas mexicanos deben comprender que no están en Europa. Qué molesto es conducir tu automóvil y soportar a uno de estos pretenciosos que entorpecen el tránsito. Las autoridades deberían prohibir que circulen sobre la vía pública.

Esta visión sobre los ciclistas es una constante en el país. En agosto del año pasado, Ángel Verdugo, comentarista de Grupo Imagen, expresó al aire su opinión sobre el tema, que refleja el sentir de muchos:

“Voy a hacer una invitación a todos los automovilistas conscientes de este Distrito Federal ante lo que yo llamo la nueva plaga que está a punto de causar daños severos en el Distrito Federal, los señores estos no sólo los que circulan en bicicletas propias sino esta plaga que se creen europeos, se creen franceses y no señores ustedes no son franceses, son mexicanos, con todo lo que ello implica, no están ustedes en Paris, en Champs-Élysées. ¡No señores!”.

El fin de semana pasado se celebró en Oaxaca la quinta edición del Congreso Nacional de Ciclismo Urbano. En esta ciudad, como en la mayoría del país, los automovilistas quieren exterminar a los conductores de biclas. Les arrojan el coche, los insultan: actúan como si la vía pública sólo les perteneciera a ellos.

A pesar de que para muchos conductores los ciclistas son equiparables a una plaga de cucarachas, estos ciudadanos dan ejemplo de humanismo, utopía y responsabilidad.

¿Quién es una plaga, el solitario conductor de una inmensa camioneta ocho cilindros o la ciclista que diariamente conduce a su trabajo sin producir contaminación? ¿Quién es un lastre para la nación, el ciudadano que se dio por vencido ante la inmunda corrupción del sistema o los grupos de ciclistas que cuidaron casillas en las elecciones presidenciales?

La resignación se ha vuelto un patrón común entre los mexicanos inconformes con el podrido entorno. El silencio como única protesta ante el conductor que se forma en doble fila. La solitaria molestia por quien arroja basura a la calle. Seguir de frente ante el agente de tránsito extorsionador. Soportar a los vecinos que inundan el edificio de excesos sonoros. Taparse la nariz ante el viejo microbús que echa tanto humo como un parque industrial.

He escuchado de muchas personas honestas el lugar común: “Yo hago lo que me toca”. Esta frase ya saturó mis oídos. Argumentan que ellos son responsables: se ganan la vida dignamente, tiran la basura en su lugar, pagan a tiempo sus cuentas, no le hacen daño a sus semejantes y votan en cada elección.

En un país donde cualquiera puede escribir tu nombre en una pancarta utilizando como tinta tus intestinos, la filosofía de “hacer lo que me toca” es más bien un paliativo de las buenas conciencias. Lavarse las manos ante la ruina.

La enseñanza contraria la ofrecen los ciclistas mexicanos. No mirar para otro lado frente al dolor del prójimo, sino ofrecer una mano por pura humanidad.

Hay iniciativas para recuperar la vía pública secuestrada por la violencia, como Chihuahua en Bicicleta o Bicibilizate Michoacán. Algunos grupos de ciclistas ofrecen el recurso no renovable de su tiempo para frenar el deterioro ambiental, como Bicitekas. El colectivo Camina Haz Ciudad rescata banquetas para los peatones. Y esta es sólo una mención superficial, hay muchos más proyectos: Insolente, Cletofilia, Bicitlán Radio, Paseo de Todos, Muévete en Bici, Bicicleta Blanca…

La mayoría de estos colectivos está integrada por profesionistas que ceden su energía para mejorar su entorno. No tienen ese tufo a engaño de algunas organizaciones civiles que lucran con la pobreza, evadiendo impuestos con vulgares redondeos o lavando la cara de una empresa abusiva.

¿Debemos enjuiciar a los ciclistas por ser unos pretenciosos que se sienten europeos? ¿Qué hay de malo en querer ciudades donde las calles estén limpias?, ¿En dónde está el error en actuar como buenos vecinos?, ¿Es estúpido tener una pizca de sensibilidad humana?, ¿Es iluso pintar banquetas, reciclar o convivir en un paseo dominical?, ¿Es inútil imaginar poblaciones soleadas, verdes y en paz?

Es claro que a los vividores del erario no les interesa mejorar este país, que los legisladores privilegian sus bonos antes que ver por los electores y que el Ejército jamás terminará con el narcotráfico. Estamos obligados a rascarnos con nuestras propias uñas.

La filosofía de “hago lo que me toca”, de ver pasar los infiernos frente a nosotros y no mover un dedo nos mantendrá hundidos. Los ciclistas nos enseñan lo opuesto, que sí tenemos el poder de cambiar entornos. Nos dicen con actos cómo soñar en plural, materializar utopías, reír en colectivo y asumir el control del ser creador que llevamos dentro.

Cada quien es libre de enfrentar a su gusto la hedionda descomposición del país. No obstante, es miserable querer exterminar a quien ve por su prójimo. Nadie está obligado a pintar banquetas, cuidar ancianos o protestar por un fraude electoral, pero por lo menos debe dejar en paz a quien sí lo hace. Y eso implica, por principio, no aventar el coche a los ciclistas.


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